jueves, 12 de enero de 2012

Casuística

Una tarde de Domingo cualquiera, de esas en las que la resaca te invade y te nubla la mente, sin nada que hacer y con el reloj atornillandote porque sólo te quedan cinco horas para volver al trabajo, disfrutando de la Sierra de la Bobia y de manera fortuita, unos minusculos e insignificantes excrementos alegraron el resto de la jornada, las creía extinguidas (las perdices salvajes) ya que era yo muy niño todavia cuando mi padre me enseño sus rastros y a escucharlas en las tardes de verano.

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